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miércoles, 6 de marzo de 2024

La floricultura me inspiró a florecer

Al comenzar el día, alrededor de las 4 y 30 de la mañana, Isabel, conocida cariñosamente como Chavelita por sus amigas más cercanas, se levanta siempre dando gracias a Dios por todas las bendiciones recibidas.


Media hora más tarde, tras haber preparado el almuerzo para su esposo y su hija menor, Isabel se arregla y sale a esperar el bus de la empresa que, a dos cuadras de su hogar, la lleva al cultivo de flores colombianas donde ha trabajado durante 38 años.


Al salir y cerrar la puerta de su casa, que compró junto con su marido, quien labora desde hace 33 años en el área de seguridad del mismo cultivo a donde ella se dirige, siempre recuerda lo que le ha costado llegar hasta aquí. 


Aún está oscuro en Márquez, una de las 30 veredas del municipio de la Calera en Cundinamarca donde vive y, ya sentada en el bus de la empresa, se dirige a San Gabriel. Esta es una vereda cercana, del municipio de Sopó, en la Sabana de Bogotá, y es un lugar a 20 minutos en donde se ubica la finca en la que se desempeña como operaria. 


Isabel, como todos los días, repasa en su cabeza el trabajo que desde las 6 de la mañana hasta las 2 y 30 de la tarde realizará. También se prepara porque hoy, luego de llegar a casa, recibirá una llamada para hablar de la mujer y de las flores.


Una vejez digna para sus padres y tres hijas con una vida plena


Isabel Beatriz León Aguilera, nació el 20 de febrero de 1967 en un hogar muy humilde de Gachalá, Cundinamarca. Sus padres se dedicaban a esquilar lana y transformarla en cobijas o ruanas. 


Fue una las menores de un total de catorce hermanos, ocho hombres y seis mujeres, a los que, como ella misma lo dice, “No me avergüenza, nos alimentaban solo con arroz y papa. Mi mamá cocinaba la sangre regalada por un vecino que mataba vaquitas. La hacia con cebolla y la escurría. Esa era la carne que comíamos”.


Nunca siente pena de decir que ella y sus hermanos vivieron en la pobreza. Pero se enorgullece al mencionar que gracias a las flores ayudó económicamente a sus padres, les dio una vejez digna, y hoy su familia tiene “… dos casas, una en la que vivimos de tres habitaciones y otra que arrendamos, un carro vinotinto para salir a pasear y, lo más importante, tres hijas profesionales que siempre le agradecen a mi trabajo en las flores el haber logrado llegar a donde están”.


“Con la mano en el corazón, con toda la sinceridad, las flores cambiaron mi vida. No solo por la seguridad económica, sino porque también me han enseñado a relacionarme con mi pareja, a dialogar con mis hijas y a ser una mejor persona, pero eso se lo cuento más adelante”, asegura sonriendo Isabel.


Un camino para realizarse como mujer, madre y esposa


Cuando habla de su trabajo Isabel no deja de sonreír. Afirma que la pueden considerar loca, pero dice que al hablarle o cantarle a las flores, o “mis amores” como las llama, siempre encuentra tranquilidad y una forma de ver mejor el mundo. 


“¿Recuerda que le dije que con las flores me desarrollé como mujer, madre y esposa? Pues es que gracias a la formación que siempre nos dieron y dan en la empresa, los que allí trabajamos sabemos que hay que ser fuerte y echar para adelante”.


Se emociona al contar que le ha tocado vivir dos situaciones muy difíciles. La revaluación del dólar, entre el 2003 y el 2013, y la pandemia en 2022. “Nunca la empresa nos ha dejado solos. Cuando llegué éramos más de 130 empleados. De esos hoy más de 80 se pensionaron. Mi esposo y yo lo vamos a hacer este año”.


En los momentos complicados, cuando la empresa tuvo que afrontar esos problemas, reunió a los trabajadores, habló con ellos y se esforzaron conjuntamente para sacarla adelante y todos se beneficiaron, tal y como ella lo afirma.


“Sin embargo, más importante que la seguridad y estabilidad económica que me ha brindado el cultivo, lo que más me ayudó a realizarme fue la formación que nos dieron y dan como personas. Qué bonito hablar del programa Cultivemos la Paz en Familia, enfatiza Isabel. 


“Gracias a él aprendí que lo más importante en la vida es ponernos en los zapatos del otro y generar soluciones para los conflictos. Así pude llevar mi matrimonio con mucho respeto, entender lo que pensaban mis hijas, darles más tiempo y libertad, compartir su adolescencia y ser una buena amiga y persona”, asegura esta operaria de la floricultura.


“Lo más bello que me ha dado la vida son mis tres hijas. Mónica Rocio de 32 años, casada y madre de Samuel Arturo, es administradora de empresas; Laura Jimena de 26 es licenciada en idiomas, vive en Luxemburgo; y Zuly Vanesa, que aún vive con nosotros, es trabajadora social. Todas me dicen que le deben su felicidad, bienestar y desarrollo a “mis amores”, es decir a las flores”, dice riendo Isabel.


Luego de trabajar ininterrumpidamente por más de cuatro décadas en el mismo cultivo, menciona que no dudaría un solo segundo en recomendarle a las mujeres que busquen trabajo en las flores y al finalizar comenta, con nostalgia por la proximidad de la pensión, que está enamorada de su trabajo y que ese amor lo transmiten las Flores de Colombia al mundo entero.

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